Hace mucho tiempo, en la provincia de Smolensk, vivía un hombre llamado Tomoya Okazaki. Okazaki era el hijo de un medico y fue educado para la profesión de su padre. Cuando era muy joven se comprometió con una joven llamada Kotomi Ichinose, la hija de uno de los amigos de su padre. Ambas familias habían convenido que la boda se llevara a cabo tan pronto como Okazaki terminara sus estudios.
Pero la salud de Kotomi era muy débil y cuando cumplió dieciséis años se vio afectada por una enfermedad fatal. Cuando se dio cuenta de que moriría, mando llamar a Okazaki para despedirse de el.
Mientras el se arrodillaba junto a su cama, Kotomi le dijo:
-Okazaki, nos comprometimos desde que éramos unos niños, e íbamos casarnos. Mas ahora voy a morir. Dios sabe que es lo mejor para nosotros. Si pudiera vivir por algunos años mas, solo causaría dolor y molestias a los demás. Con este cuerpo tan frágil, no puedo ser verdaderamente una buena esposa. Por tanto, aun deseando vivir por tu bien, seria muy egoísta. Estoy bastante resignada a morir, y quiero que me prometas que no te afligirás. Además , quiero decirte que creo que nos volveremos a ver.
-En verdad nos volveremos a ver- contesto Okazaki- en el Cielo no tendremos el dolor de la separación.
-¡No, no!- respondió dulcemente Kotomi – yo no me refiero al Cielo. Creo que nuestro destino será encontrarnos de nuevo en este mundo, aunque me entierren mañana mismo.
Okazaki la miro sorprendido, y vio como ella sonreía por su desconcierto. Kotomi continúo con su dulce y gentil voz:
-Si, me refiero a este mundo, en tu vida presente, Okazaki, si así lo deseas. Para que esto suceda, debo volver a nacer como niña y crecer hasta convertirme en mujer. Tendrás que esperar quince o dieciséis años, es mucho tiempo, pero, mí prometido esposo, ahora solo tienes diecisiete años.
Okazaki, ansioso de calmar sus momentos de agonía, contesto con cierta duda:
-Esperarte no será un deber sino una gran alegría.
-¿Pero es que dudas?-le pregunto ella, observando su rostro.
-Querida mía-le contesto-, dudo si te conoceré en otro cuerpo, y bajo otro nombre, a menos que me des una señal o una prueba.
-No puedo hacer eso, el dijo. Solo Dios sabe como y donde nos volveremos a ver. Pero estoy segura, muy segura que, si estas deseoso de recibirme, podre regresar contigo. Recuerda estas palabras mías.
Ceso de hablar y sus ojos se cerraron. Había muerto.
Okazaki amaba verdaderamente a Kotomi y su dolor era profundo. Tenía una medalla con su nombre grabado y la coloco en el mausoleo de la casa. Todos los días le llevaba flores, y no cesaba de pensar en esas cosas tan extrañas que le dijo Kotomi antes de morir. Y, con la esperanza de complacer su espíritu, escribió una solemne promesa de casarse con ella si alguna vez regresaba en otro cuerpo. Esta promesa escrita la sello y la coloco en el mausoleo junto a la medalla mortuoria de Kotomi.
Sin embargo, como Okazaki era hijo único, era necesario que se casara. Muy pronto se vio obligado a rendirse a los deseos de su padre, y aceptar una esposa que su padre escogió.
Después de su boda, el continuo poniendo flores ante la medalla de Kotomi, y siempre la recordaba con afecto. Pero gradualmente su imagen se volvía cada vez más borrosa en su mente, como un sueño que es difícil recordar. Y así pasaron los años.
Durante esos años Okazaki pasó por muchas tribulaciones. Su padre murió, y después su esposa y su hija única. Al encontrarse solo en el mundo, abandono su desolada casa y emprendió una larga jornada con la esperanza de olvidar sus penas.
Un día, en el curso de sus viajes, llego a Sochi, un pueblo en la costa del Mar Negro que tenia fama por sus cálidas primaveras y su hermoso paisaje. En la posada del pueblo donde se alojo, una muchacha se encargo de atenderlo. La primera vez que vio su cara, Okazaki sintió que su corazón palpitaba como nunca antes lo había hecho. Tan extrañamente se parecía a Kotomi, que se pincho para asegurarse que no estaba soñando. La veía ir y venir, llevando y cargando fuego y comida o arreglando su cuarto, y cada actitud y movimiento en la joven, revivían en el la memoria de la muchacha con la cual estuvo comprometido en su juventud. Por fin se decidió a hablarle:
-Te pareces tanto a una persona que conocí hace mucho tiempo, que me sorprendí cuando te vi entrar la primera vez a este cuarto. Perdón por preguntar: ¿Dónde naciste y como te llamas?.
Inmediatamente, con la misma voz inolvidable de la muerta, contesto:
-Mi nombre es Kotomi y tu eres Tomoya Okazaki, mi esposo prometido. Hace diecisiete años que morí. Pero hiciste una promesa por escrito que te casarías conmigo si yo regresaba a este mundo. Sellaste la promesa escrita y la pusiste en el mausoleo junto a la medalla con mi nombre. Por eso regrese…
Y cuando termino de decir estas palabras, cayo inconsciente.
Okazaki se caso con ella, y fue un matrimonio feliz. Pero después, Kotomi no pudo recordar lo que le había contestado en la posada. Tampoco recordaba nada de su existencia.
El recuerdo de su primer nacimiento, misteriosamente inducido en aquel momento de su encuentro, volvió a ser oscuro, y así permaneció para siempre.
Por Erick Von Manstein